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Una semana de frío, viento y fantasmas

No hay muchos lugares en el mundo, en los que un pescador con mosca, aún de los más experimentados, en algún momento se pregunte que diablos hace ahí.
Para que eso pase por su mente, las condiciones que propone tal lugar, tienen que ser extremas, digamos miserables,  para que se entienda la dimensión de lo que quiero significar.

 

Por más experiencia que tenga ese pescador, siempre habrá situaciones que lo llevarán un poco más allá de lo que imaginaba. Lo único que puede hacer que ese pescador decida soportar hasta el límite de su resistencia física y mental la tortura que proponen los elementos, no es ni más ni menos que la sola posibilidad de pescar un pez tan extremo como el sufrimiento al que se ha sometido. Uno de esos lugares es el Río Grande de Tierra del Fuego.

 

 

Cuando se nos propuso la idea de filmar un nuevo dvd en ese remoto lugar, inmediatamente se nos vino a la mente la imagen de truchas de fábulas o leyendas.  Sabemos que esas aguas son frecuentadas por truchas marrones que en realidad viven en el mar. Pero en algún momento, en su madurez reproductiva, ingresan al río a tratar de perpetuar su descendencia. Estos míticos peces, alcanzan tallas de proporciones épicas, tanto que hacen de este ambiente un destino único en el globo. 

La estancia María Behety nos abrió sus puertas (tranqueras a decir verdad)  para que podamos contar una historia de peces y de intemperie extrema, en los confines más recónditos del planeta.  Este lugar tiene sobre sus espaldas la historia de pioneros pobladores de la Patagonia más austral, que todavía se refleja en sus renovadas estructuras, típicas de una estancia de la estepa fueguina . Además de la pesca, la estancia dedica su existencia a la ganadería ovina y bobina entre otras cosas. Para dar un ejemplo contundente (como si las truchas no lo fueran ya), en sus tierras está emplazado el galpón de esquila más grande del mundo. 

En los viajes de pesca, es muy frecuente que lo que uno espera, o lo que le dijeron que pasaría, no es lo que uno encuentra cuando llega. Esta no fue la excepción. Nos preparamos para pescar con aguas bajas y claras, ninfas pequeñas y líneas de flote.  Terminamos pescando en aguas altas, rápidas y turbias, con cañas de dos manos, shootings de 500 grains y algo que se parecía más a un gorrión que a una mosca. Pero si algo debe caracterizar a un mosquero que se precie de tal, es su capacidad de adaptación. Le guste o no. Y nos gustó....digamos. (tampoco lo tomen al pie de la letra)

Sin embargo no fue nada, nada fácil. Insistimos durante una semana completa, casi como autómatas.  Mecánicamente. Porque en estas condiciones tan extremas uno debe transformarse en una eficiente máquina de castear, sin protestar, sin hacer preguntas, en una rutina casi militarizada. No hay otra. Si la mente sucumbe a los vientos de 70km, a la insistente lluvia o al bochornoso frío polar de abril, bueno...mejor hacer las valijas y ver el video que hizo algún otro, que estuvo a la altura de las circunstancias. Pero no, somos duros y orgullosos, así que recogimos el guante que natura nos arrojó, y le dimos para adelante. Al menos para ver hasta donde éramos capaces de soportar.  

Los primeros tres días fueron un "sopapo" de antología. Todos los bríos se nos deslizaron al subsuelo del edificio de la moral, y entendimos el juego: insistir hasta que se nos seque el cerebro. Y así lo hicimos. Guiados de pozón en pozón por Satu, religiosamente cada día armábamos los equipos  y al agua sin chistar. Dos operaban las cámaras y tres las cañas.
De a poco fuimos adaptándonos al vil juego al que se nos había invitado,  pero a pesar de ponerle actitud, el  río no cedía en su avaricia. No le podíamos sacar nada, casi como desamparados mendigos de la pesca.  Así durante tres días.

 

Cada vez mas ateridos y mojados, pero eso si, cada vez mas testarudos. Hasta que en un momento...algo pasó...
Tal vez el río sintió pena por nosotros. Tal vez cometió un error, o tal vez (lo menos probable) lo convencimos. Como fuere, el cuarto día hicimos contacto. Con todas.
Si, con todas. 

 

A ver...cuando pinchamos la primera, tardamos en creer que eso estaba sucediendo. No recuerdo bien pero tal vez en el cast número 57.345 siento algo en mi mano que no había sentido los días anteriores y el brazo que sostiene la caña se acciona instantáneamente como una trampera.  Esa fue la primera de muchas ese día. 
 

No voy a hablar de tamaños muy puntualmente porque no tiene sentido. En este río son todas grandes. Así que todas las que pescamos lo eran también.  Para que tengan una idea, mas grandes de lo que ustedes creen. Por eso, mejor no hablar de tamaños. Créanme, les haría mal a su salud mental, lo mismo que nos la arruinó a nosotros. 

Los contactos con las truchas se fueron sucediendo uno tras otro. Durante casi todo el día. Todos pescamos y filmábamos en algún momento.  Así que todos pudimos batirnos con algunos de estos "tractores" y a la vez quedar registrados en video.

Algunas de las truchas hubo que "acompañarlas" 200 metros río abajo porque cuando decidían escapar, se lo tomaban en serio. Estas marrones marinas son poderosas máquinas que no ceden ante nada. Así que van a dar trabajo a todo aquel que se meta con ellas. La pelea es casi siempre pesada y de fondo. Cada tanto alguna salta, provocando semejante ruido, que pareciera que otra cosa, tal como un perro pequeño o un monitor de computadora, fue arrojado al agua por alguien.  Pero no, son truchas enormes que además saltan. Yo creo que lo hacen como para vernos la cara. Para ver quien osa desafiarlas

 

Y así fue que trabajamos todo ese día con ellas, sin terminar de creer lo que sucedía. Ese día pasó. Y todo volvió a la normalidad. A la monotonía. A la realidad.
Como dijo el inefable Mel Krieger alguna vez: "la mayor parte del tiempo, uno no pesca nada".
Nunca más cierto. 
.  

Pero como correspondía, los días que nos quedaban seguimos desamparados, mendigando al río. El murmullo del agua, solapado por el viento, de a ratos se dejaba escuchar casi imperceptible,  cual socarrona risa, como burlándose de nuestra ingenuidad. Y nosotros no cesábamos en nuestra tozudez. Pero no hubo más. Las condiciones no cambiaron, el agua seguía alta y sucia y entendimos más tarde, que en realidad ya habíamos obtenido mucho.  

Si en mi relato se refleja un tinte algo sufrido, no se equivocan. Fue así. Tal cual. Pero no se confundan, lo volveríamos a hacer una y mil veces. Somos pescadores de mosca, y eso nos define como incansables buscadores de aventuras, quimeras y utopías.  Pero hay algo más: el hecho de compartir una experiencia como esta,  teniendo de cómplices a nuestros mejores amigos. Esto último, la parte humana, es la que en realidad completa el rompecabezas. Al menos para mi. Y nos pegamos la vuelta.

Ya pasó un tiempo. Estoy ahora en mi isla de edición a punto de revisar todo el material y recuerdo a esas truchas como fantasmas. Espectros que parecían estar pero no estaban.  Y cuando aparecieron,  así como llegaron se desvanecieron en esa  húmeda y fría atmósfera. Y al final, con el paso del tiempo, uno termina por creer que nunca estuvieron, que no hubo tales truchas al final de nuestra línea. Que eso no sucedió.
 Pero está grabado en video.
Aunque temo que al revisar las imágenes,  no encuentre mas que la lluvia, el frío y el eterno ulular del mismo sobrecogedor viento  que asoló a los Yaganes y que jamás se detendrá hasta el final de los tiempos.

 

Pablo Saracco

VÍDEOS DE PESCA CON MOSCA

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